CRITICA PENAL


Bienvenid@s al primer programa de radio para pensar y discutir el sistema penal.

Producido por docentes universitarios, alumnos y periodistas, pretende ser un espacio abierto a la participación colectiva.

Todos los Jueves de 21 a 23hs, por FM 88.7 de la Azotea, Mar del Plata, Argentina
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martes, 9 de octubre de 2012

Editorial 16º Programa


Queda en una esquina, es una dependencia oficial, una comisaría, lo se porque allí me sacan las vendas, puedo ver al personal y las celdas. Se ingresa a unas dependencias internas, a la izquierda hay una entrada de autos, en frente una puerta.


Después ingreso a un pasillo, sobre él un baño en la esquina a la izquierda hay cuatro celdas individuales. Allí me dejaron los primeros 15 días que estuve incomunicada. Se atraviesa un patio a la derecha, y se llega a las celdas grandes, son dos. Enfrente las oficinas de judiciales, de informaciones e identificación. En esa oficina, firme unos papeles cuando me dieron la libertad. Creo que es una comisaría que está en calle Alberti esquina Chile.

Me llevaron en camisón de mi casa, vendada, maniatada en un camión del ejército, había policías y militares. Llegué y me dijeron que estaba a disposición de autoridades de la Subzona 15. Subversiva me decían, yo daba apoyo escolar en un barrio humilde de la ciudad, en el martillo. Tenía 16 años.


De noche, se apagaban las luces, ingresaba un uniformado verde con botas negras seguido de suboficiales de la policía, se escuchaban los pasos, yo pensaba que no me toque a mi por favor, el corazón se me salía, pero no debía llorar, el miedo me recorría el cuerpo, la incertidumbre de mi destino, la certidumbre de lo que pasaba, gritos de torturados, se sabía que nos mataban, que nos torturaban, que nos violaban.


Una noche me tocó, y luego otras y otras. Pero la primera la recuerdo bien. Una voz fuerte, carrasposa, dijo "Es esta". Un policía me puso de espalada, me encapuchó, me ató las manos y me llevaron al patio, allí había dos o tres hombres esperándome, con un auto, me metieron en el baúl, no sabía adonde iba.


Llegamos, me hicieron bajar escalones, uno me empujó, me caí y me abrí la frente, recuerdo que sangraba un montón, se me pegaba la sangre en la venda tenía los ojos completamente cerrados. Me llevaron a una sala y me cocieron la herida. Me dejaron en una habitación chiquita, había más gente. La cueva le decían a ese lugar. Al otro día me vienen a buscar, me llevan a una habitación chica, una sala como de máquinas, me hacen desnudar, me atan de pies y manos, me mojan y comienzan las sesiones de picana eléctrica, en la boca, en los genitales, por todos lados.

Uno era el bueno, me decía "hablá que va a a ser mejor, nosotros queremos ayudarte". El otro era el malo, pegaba, no paraba, me decía "ustedes las subversivas son todas putas ¿no?". Y me aplicaba picana en mis genitales. En un momento entró otra persona, un medico podía ser, me puso un estetoscopio y les dijo a los interrogadores: "¡Sigan! Esta aguanta mucho más". Luego empiezan los manoseos, me hacen caminar desnuda, mis piernas no daban para mas, casi no podía moverme, me temblaba todo el cuerpo, pensaba que sería mejor que me mataran.


Me regresaban a la comisaría, me esperaban los policías y me regresaban a los calabozos, no me dejaban tomar agua porque decían que podía matarme. Claro no querían matarme querían sacarme información y yo les servía viva.


No nos dan de comer, yo quedé unos días ahí tirada en el calabozo pequeño incomunicada.

Unas semanas después, días, no recuerdo, porque no teníamos noción del tiempo, me pasan a los calabozos grandes. En uno estábamos las mujeres, en otro los varones. Nosotras siempre cantábamos para pasar el tiempo, recuerdo a una de las chicas que siempre le gustaba cantar "Zamba de mi esperanza". Era lo último que no perdíamos, la esperanza.

Recuerdo a un compañero que tenía gangrenada la pierna de las torturas, a una mujer embarazada que tenía la panza marcada por las torturas, a una compañera que se desangraba por que la habían violado muchas personas. Al otro día los pasos, era un juez, visitaba los calabozos, le dije "Doctor soy yo, estoy acá". Me miró y se fue. Sentí como la Justicia me daba la espalda


Un suboficial, rubio, blanco con acento alemán venía a conversar con nosotros, me curaba las heridas y me decía "tenes que hablar, por tu bien, por el de todos. Ellos saben todo de vos". No se que buscaban que dijera, nombres me pedían, direcciones. Pero yo sabía que si hablaba con él, iban a caer. Así que disimulaba no saber que me estaba diciendo.


Ese suboficial, el petiso canoso, ese mismo con una mirada profunda, firme, convencida que yo era la culpable por mi silencio, ese que estaba de guardia cada vez que me sacaban, ese que me recibía cada vez que me traían hecha un trapo, destrozada, ese que le cobró a mi madre para dejar entrar los medicamentos. A ese no me lo olvido más.


El 29 de junio de 1984, la CONADEP reconoce que ese lugar donde estuve es la Comisaría Cuarta.

El 26 de noviembre de 2001 se presentó a prestar declaración testimonial en el juicio por la verdad al igual que el suboficial de la Fuerza Área Gregorio Rafael Molina, allí reconozco que ese oficial que hacía el rol de bueno para sacarme información era Blaustein.

Ese, el que el lunes fue absuelto.

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