El pesimismo de la razón muchas veces cede ante el optimismo de la
voluntad, y cuando esa creencia optimista se consolida posibilita y
da fuerzas para seguir el camino emprendido. En ese sentido, nos
arriesgamos a ser optimistas y decir que vivimos en una etapa donde
las cosas parecen empezar a cambiar para bien, toda vez que como
Sociedad nos permitimos y, muchas veces, obligamos a, discutir
cuestiones que hace 10 o 15 años, parecían imposibles de ser
modificadas.
Así, la lucha de las organizaciones sociales y políticas que, en
una muestra de debate y acción democrático y propositivo, dieron
vida a la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y
Gratuito logró visibilizar el derecho de la mujer a decidir sobre su
propio cuerpo, y por primera vez en la historia el parlamento
argentino comenzó a debatir el tema del Aborto. Hoy, la moral que se
pretende imponer a las mujeres, debe retroceder ante lo que de tan
evidente muchas veces se pasa por alto: Este cuerpo es mío, yo
decido.
Desde el primer día de Crítica Penal intentamos derribar los
prejuicios, miedos y argumentos que sustentan el ejercicio del Poder
Punitivo, por que la Historia ha mostrado a lo largo de su devenir
cómo el miedo, el temor a lo desconocido, al “otro diferente”,
ha sido utilizado por los sistemas políticos como elemento
disciplinador, legitimador de las peores prácticas represivas. Y ha
demostrado, también, que esas prácticas represivas se orientan y
concentran en los sectores más vulnerables de cada Sociedad, en
aquellos que menores posibilidades de defenderse poseen. El poder de
castigar alcanza, así y no casualmente, a quienes mayor
vulnerabilidad e indefensión presentan en el orden económico y
cultural.
Por esto, conviene remarcar, para desnudar y rebatir, ciertas formas
argumentales que utiliza el prohibicionismo ante la carencia de
motivos racionales y válidos para su condena al aborto, así como a
otras prácticas sociales que ponen en tela de juicio los intereses y
valores instituidos. Un primer tipo de argumento es aquel que
estigmatiza a quien plantea una visión diferente, cerrando cualquier
posibilidad de intercambio: “La mujer que aborta es una asesina”,
“Vos hablás así porque sos un drogón”. Ante tal calificación,
poco puede quedar para la discusión, ergo, no hay ni qué discutir.
O la apelación al emotivismo: “Matan al ser más indefenso e
inocente”.
El prohibicionismo también utiliza el argumento de la repetición:
“Si se elimina la prohibición de X (aborto, drogas, divorcio),
todas las personas van a hacer X”. En este tipo de afirmaciones
subyace una asignación de función general negativa al castigo, que
ve a la pena como un mecanismo de intimidación para motivar a los
ciudadanos a no lesionar bienes jurídicos penalmente protegido.
Argumente irreal: está claro que la pena no disuade, las mujeres
siguen interrumpiendo voluntariamente su embarazo a pesar de la
amenaza de condena.
A casi 30 años de la recuperación del orden constitucional,
consolidados y firmes en la subjetividad de la mayoría indiscutible
de nuestro Pueblo los valores democráticos, llega la hora de demoler
las formas paternalistas y prohibicionistas.
El prohibicionismo sólo ha generado que el Estado mire para otro
lado, desentendiéndose de su deber de garantía de la salud y los
derechos individuales. Las mujeres siguen abortando: las pobres
mueren por los abortos clandestinos realizados en condiciones de
insalubridad, quienes tienen la posibilidad de pagar importantes
sumas de dinero, tienen garantizada la atención en los consultorios
de quienes se benefician con la ilegalidad.
Por esto, porque no queremos seguir mirando para el costado y porque
creemos que la construcción de una sociedad libre, justa y solidaria
requiere la presencia activa y comprometida de los distintos niveles
del Estado para defender a quienes menos defensas tienen, nos alegra
el comienzo del debate parlamentario de la ley sobre Aborto, así
como la reforma a la Ley de Drogas. Por eso decíamos al principio
que queremos ser optimistas: porque cada vez más se discuten e
implementan soluciones más humanas y justas; porque el miedo no nos
impide avanzar en la puesta en discusión de los problemas que, aún
hoy, no tienen solución.
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