Un
lugar, muchos lugares.
Una noche cualquiera,
una noche más.
Comienza a caer el sol, ocultándose
entre las montañas. Las luces comienzan a encenderse a lo largo de las calles y
casas. Personas y animales comienzan a refugiarse de la noche. Los ruidos a
desaparecer. Los vértigos y bullicios del día, empiezan a ceder… La ansiada
calma promete tener inicio.
Las programaciones y planes del
mañana emprenden su llegada, buscando darle forma y lugar a cada uno de ellos.
Finalmente la cabeza y el cuerpo descansan
sobre el lecho que mejor le sienta.
Las preocupaciones quedan a un lado,
los sueños se hacen dueños del momento, del lugar…nada molesta, nada estorba,
todo sobra… mañana será otro día.
La paz reina en el lugar.
La ansiada
paz,
reina en el lugar…
Estrepitosas explosiones. Gritos.
Llantos. Tiros. Golpes. Gritos. Llantos. Fuego. Miedo. Gritos. Llantos…El lugar
inundado de horror.
No era una noche cualquiera,
no era
una noche más.
Ya nadie descansa,
ya nadie sueña…
No descansa el sirio que se
encuentra asechado por las fuerzas globales del “primer mundo” que, en manos de
un presidente, galardonado por su compromiso con la paz mundial, arremete y
amenaza con concretar una nueva y cruenta guerra. Una que al igual que en el
pasado, y no tan lejano, sino en el de todos los días, quita sueños y vida a
millones de seres.
Un sirio que verá pasar su destino
por la decisión de un grupo de fulanos al otro lado del mundo, uno que ni
siquiera conoce.
Un sirio que sólo sabe de Allah, más
no de reparticiones por ganancias derivadas del petróleo, ni tampoco de deuda
externa.
Una víctima más a la que la palabra “paz” ni siquiera le suena….
Pero tampoco descansa un ciudadano
brasilero que vive en la favela y es amedrentado constantemente por los ataques
de la policía, que en honor al “orden”,
arremete a diestra y siniestra contra todo.
Un brasilero que sufrirá las
consecuencias de la asediante y crítica mirada internacional, al momento de
producirse el “jogo bonito”. Un brasilero que será objeto de represalias y
controles constantes, invasivos, dolorosos, duros…
Uno que de “paz” tampoco conoce mucho…
Ni descansa un argentino que vive en
una villa del Gran Buenos Aires, que se enfrenta cada noche al riesgo real de
que la bonaerense, la prefectura, gendarmería o quien sabe quién, resuelva
ingresar al barrio, armado hasta los dientes, buscando dar combate al delito,
cual spot publicitario…
Un villero que se enfrenta todos los
días en una lucha inquebrantable contra “las fuerzas del orden” que poca paz le
dan a su existencia.
Un villero que además, libra otra
batalla: contra el prejuicio de la “gente
bien” que lo denosta y segrega cada vez que puede.
Un argentino, que tampoco sabe de la
“paz”…
Es que entonces, al final,
quién
descansa?
Quién sueña?
Quién alcanza la ansiada paz que
prometía la noche?
Es irónico que muchos de los que
exigen la “paz” para, por ejemplo, el
sirio de nuestro relato, no lo hagan también para el villero o el carioca. Es
que acaso no sufren también la violencia del Estado? Acaso no son también
víctimas de la guerra emprendida por el Estado?
Una batalla que nosotros mismos
fogoneamos para que suceda. Una que no nos altera, una que pareciera, no logra
llegar hasta nuestras entrañas, como si fuera menor, como si no fuera violenta.
Como si con ella no se destruyeran sueños y vidas…
La “lucha contra el crimen”, no es
más que eso: una guerra. No vale engañarse. Asistimos todos los días a una
sangrienta batalla a la vuelta de la esquina. Una en la que intentan
convencernos tenazmente todos los días los medios de comunicación, de que el
“malvado” es el joven villero que lleva el arma, y ante el cual el Estado y sus
“fuerzas del orden” actúan como héroes para defendernos…
En realidad, un villano disfrazado
de héroe.
Un estado todopoderoso, que viola
derechos y quita sueños a algunos, sólo a algunos. Pero lo que es aún más grave
es que lo hace con el consentimiento de muchos, con el apoyo de los que
prefieren mirar para otro lado…
Si la paz es sólo es para algunos, no es paz.
Entonces,
ya nadie descansa, ya nadie sueña…
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