CRITICA PENAL


Bienvenid@s al primer programa de radio para pensar y discutir el sistema penal.

Producido por docentes universitarios, alumnos y periodistas, pretende ser un espacio abierto a la participación colectiva.

Todos los Jueves de 21 a 23hs, por FM 88.7 de la Azotea, Mar del Plata, Argentina
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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Editorial 16º Programa


Cuando la represión se desató, hacía ya 4 meses que más de 200 integrantes de la Comunidad Qom La Primavera estaban apostados en la ruta 86, en la provincia de Formosa, para reclamar por sus tierras comunitarias y su personería jurídica. A plena luz del día, el Pueblo Qom sufrió el embate. Los tobas Roberto López y Sixto Gómez, dejaron de existir en manos de la policía formoseña, al igual que un uniformado de la misma fuerza.

21 días antes de estos hechos, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner había firmado el Decreto de Necesidad y Urgencia que, entre otras cosas, estableció por primera vez en nuestro país al 12 de octubre como el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, reemplazando así al mal llamado Día de la Raza.

Tras las muertes en Formosa y ante la indiferencia generalizada, el reclamo indígena se trasladó a la ciudad de Buenos Aires en forma de acampe. Asentados en la intersección de la avenida 9 de julio y Avenida de Mayo, solicitaron una audiencia con la Primera Mandataria para solucionar el conflicto territorial.

5 meses tuvieron que esperar para que el líder de la comunidad, Félix Díaz, fuera recibido por el Ministro del Interior, Florencio Randazzo, en la Casa Rosada. 

Hace pocos días, en el mismo lugar donde se encontraba el campamento Qom, representantes de comunidades de Jujuy reclamaron por sus tierras. La policía Federal intentó desalojarlos a fuerza de gases, camiones hidrantes y golpes.

En julio, más de 900 personas, delegadas de 86 pueblos y organizaciones originarias campesinas de Jujuy, Salta y otras provincias cortaron la ruta nacional 52, a la vera de las Salinas Grandes, para expresar un fuerte rechazo a los proyectos de minería de litio a gran escala y exigir la entrega de los títulos comunitarios de las tierras que les pertenecen.

A finales del mes pasado, 10 comunidades wichís mantenían una protesta al este de la ruta nacional 34, frente a la ciudad de General Mosconi, en la provincia de Salta, ya que la exclusión de estos pueblos originarios ha llevado a la muerte por desnutrición de niños y al envenenamiento por los químicos que arrojan los aviones cuando fumigan la soja.

Unos 200 aborígenes de pueblos kolla de Jujuy cortan desde el lunes las rutas nacionales 9 y 52, en Purmamarca, por la devolución de tierras que consideran de propiedad ancestral.

Estos son algunos casos. Unos pocos acontecidos en el último tiempo, que lograron sortear la barrera de la indiferencia mediática y en general, sólo en publicaciones de la zona o en medios alternativos de comunicación.

Las respuestas a los reclamos de los pueblos originarios no han tenido continuidad desde la esfera política ni judicial. Surgen, otra vez, los ejemplos aislados, como el sobreseimiento de una pobladora mapuche, de 52 años, quien con intención de proteger un bosque de cipreses sagrados para la Comunidad de los Huaytekas, ubicada en El Foyel, impidió la circulación por un camino vecinal a representantes de una empresa petrolera.
También se vislumbró como un voto de confianza en la justicia de Chubut el fallo a favor de la comunidad mapuche Santa Rosa Leleque, emitido a principios del mes pasado, mediante el cual un juez desestimó un desalojo solicitado por los multimillonarios Benetton. No obstante, aun queda pendiente que se levante la medida cautelar que tiene la comunidad, la cual les prohíbe hacer modificaciones en el lugar.

Las comunidades, que bregan por el reconocimiento de sus derechos como pueblos preexistentes al Estado, sufren el exilio en su propio suelo: sin tierra, sin agua, sin recursos, sin justicia.

Ya lo dijo Eduardo Galeano, en su artículo “Ser como ellos”: Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente.
Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.
Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no las ve.

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