La
palabra discurso tiene, según la Real Academia Española, más de
diez definiciones: desde el “uso de razón” hasta el
“razonamiento o exposición sobre algún tema que se lee o
pronuncia en público”, sin dejar de lado que el discurso deja
entrever una “doctrina, ideología, tesis o punto de vista”.
Ahora,
¿de qué se habla cuando se habla de un “discurso criminológico”?
¿es posible analizar este concepto saliendo de la teoría y
observando la cotidianidad en la que está inmersa una sociedad?
Volviendo
a las definiciones, la criminología es la “ciencia social que
estudia las causas y circunstancias de los distintos delitos, la
personalidad de los delincuentes y el tratamiento adecuado para su
represión”. Sin embargo, en la construcción de un discurso
criminológico, o de un discurso en general, la realidad supera a una
mera definición y se entrelazan cuestiones más complejas que las
significaciones.
Las
personas que a diario transitan las calles sumidas en su
individualidad tienen incorporada la visión de la cuestión criminal
que construyen los medios de comunicación . Ahora bien, ¿por qué
aceptan esta construcción de la realidad? ¿no se está
subestimando, en parte, el poder de razonamiento del ser en sí
mismo?
Es
posible decir que la criminología mediática siempre apela a una
creación de la realidad a través de información, subinformación y
desinformación en convergencia con prejuicios y creencias. La idea
de una causalidad canalizada contra determinados grupos humanos, que
son los que se convierten en chivos expiatorios, es un modo de bajar
el nivel de angustia que genera la violencia difusa. “Conociendo al
enemigo es más fácil combatirlo”, se podría decir.
Bajo
esta óptica, uno de los medios de comunicación por excelencia, la
televisión, juega un papel primordial: por eso, cuando decimos
“discurso” el mismo se puede entender como “mensaje”, en
consonancia con la imposición de imágenes. Entonces, ¿cuál es la
incidencia de este discurso en el receptor? La comunicación por
imágenes siempre se refiere a cosas concretas, pues eso es lo único
que se puede mostrar a través de ellas. En consecuencia, quien
incorpora esa información es instado en forma permanente al
pensamiento concreto, lo cual debilita su entrenamiento para el
pensamiento abstracto, para el razonamiento.
La
cuestión de la comunicación por imágenes está en que impacta en
la esfera emocional. A veces la imagen ni siquiera necesita sonido:
por algo, “una imagen vale más que mil palabras”. El ser humano
no siempre percibe lo que mira. El bombardeo constante, organizado
bajo la lógica mediática, lleva a que el receptor atraviese lo que
algunos denominan como “alevosía comunicacional”.
Hoy,
este discurso criminológico es el que lleva a la creación de una la
realidad en la que hay todo un mundo de personas decentes frente a
una masa de criminales identificada a través de estereotipos. Así
es como se configura un “ellos” separado del resto de la
sociedad, por ser un conjunto “diferente y malo”. Ese “enemigo
cambiante” -que va mutando constantemente de acuerdo a las
necesidades imperantes- está siempre presente, acechando y
amenazando a la sociedad.
Por
eso, y bajo esta óptica en la que el bueno y el malo están
delimitados, los hechos están narrados casi como si fueran ficción
y el discurso es utilizado como un mecanismo de control, no hay
espacio para la reparación, el tratamiento o la conciliación. Lo
cierto es que sólo el modelo punitivo violento es el que limpia la
sociedad y, lamentablemente, eso es parte de lo que se instala en el
imaginario colectivo, dando lugar a la permanencia de un “discurso
criminológico” que, en lugar de llevar a una comprensión,
conlleva a la desinformación de una sociedad que no está interesada
en ver más allá de lo que le muestran.
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