“Cuando la noche es más ocura, comienza el día en tu corazón” canta el Indio y el estadio de Obras Sanitarias explota de pasión rocanrollera.
Abril de 1991. El país transita una década infame para su vida política y social. En el barrio de Nuñez, una multitud de jóvenes se dispone a vivir su misa ricotera. Para ellos, ese encuentro es su refugio, su lugar en el mundo, su manera de escapar a la cruel realidad. Desde la tarde, el barrio se llena de miles de pibes. Los que no consiguieron entrada, buscan algún revendedor que les haga el aguante o simplemente se acomodan para escuchar desde las inmediaciones la música que los identifica. Los que tienen su entrada, caminan por la avenida, se toman una birra en el Heraldo Yes, se sientan en la vereda, se envuelven en sus banderas.
“Banderas en tu corazón, yo quiero verlas! ondeando, luzca el sol o no. Banderas rojas! Banderas negras! de lienzo blanco en tu corazón.”
Uno de esos jóvenes, se llama Walter. Llegó desde Aldo Bonzi para ver el recital con unos amigos. La comisaría 35°, a cargo del comisario Miguel Angel Espósito, controla el operativo de seguridad. Previendo que no le alcanzarán los móviles para trasladar detenidos, Espósito ordena a uno de sus subordinados que busque un colectivo de línea. Una hora antes del recital, comienza la razia. La policía detiene a chicos en forma indiscriminada.
“Arde de sirenas y de canas Buenos Aires Arde de violencia ya se quema Buenos Aires Suena el sucio rock´n´roll habla de la bestia pop en el concierto de la banda que me gusta todo el mundo baila bajo estado de shock las luces agigantan a la banda de rock mientras tanto la ciudad violenta aguarda”.
La policía detiene a los que están por entrar al estadio con entradas y los que no, los que caminan por la vereda y los que han saltado una reja para escuchar el espectáculo sin pagar, los que están en los alrededores, los que caminan, los que corren, los que esperan un colectivo en la parada, los que están tomando un helado en las inmediaciones, los que no tienen nada que ver con el recital. Hay corridas, golpes, insultos. Los que son trasladados en el colectivo de línea, son golpeados, insultados, apaleados.
Aunque la Ley de Patronato de Menores prohíbe la detención de menores sin intervención del juez competente, Walter es trasladado a la comisaría 35. Walter permanece en una celda junto a diez jóvenes. Es de noche, hace frío, los chicos están asustados: nunca estuvieron detenidos.
“Cómo podemos estar acá, mañana tengo que ir a trabajar”, repite Walter. Junto a sus compañeros de desventura, escriben en las paredes: “caímos por estar parados”. Durante la noche, quienes tienen padres que pueden buscarlos por la comisaría, son liberados. A las 6 de la mañana, todavía permanecen tres jóvenes detenidos. Uno de ellos es Walter. Un policía les advierte que si no los pasan a buscar pronto, serán llevados a disposición del juez de menores.
“Ya salieron las bandas a ver un grupo de rock and roll algunos entran algunos no y salimos disparados en un Bipper todo el mundo esta bailando pero ellos no ayer soñé con Walter ayer soñé con Walter en la prisión Después corrieron a un bar corrieron y nosotros no se lo llevaron igual y salimos disparados en un micro todo el mundo esta saltando pero ellos no ayer soñé con Walter ayer soñé con Walter en la prisión”
A las diez de la mañana, Walter se siente mal. Quiere llamar al oficial de servicio, pero se cae. Sus compañeros gritan por ayuda. Walter vomita. Pasan mas de quince minutos hasta que unos guardias llevan a Walter a una oficina contigua. De mal modo, le preguntan qué le pasa, si siempre se pone así, si es epiléptico. Walter dice que no puede respirar y la médica de policía, en mal tono, le contesta: “bueno, calmate nene”. El compañero de Walter ayuda a acostarlo en una camilla y cuando lo hace, ve que el jóven tiene dos grandes moretones en el abdomen. Sirenas de ambulancia. Walter rumbo al Hospital Pirovano. El médico de guardia diagnostica lesiones y traumatismo craneano. Rumores que se expanden como epidemia hablan de represión policial. Walter internado. Asambleas en su colegio secundario reclaman una investigación. Walter agoniza. Un profesor de educación cívica del colegio de Walter dice que según la Constitución, las personas sólo pueden ser detenidas por orden del juez competente o si han sido sorprendidas cometiendo un delito. Cinco días después de su detención, Walter ha muerto.
“Jorge estaba ahí con el y a las 7 se cayó lo arrastro hasta la Cipec y su vomito limpió cada agujero de la red, cada golpe que sintió cada lagrima de sal cada show de rock and roll nadie se hace cargo aquí nadie se hace cargo allá demasiado para el y el que ya no aguantó mas. Yo vivo en un barrio gris no hay milagros del señor la guitarra que vendí la robe en una estación, jueces del anochecer polizontes del horror”.
Walter Bulacio tenía 17 años y un único “delito”: ser fanático de Los Redonditos de Ricota. “Cuando la noche es más oscura, comienza el día en tu corazón” .
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