Igualdad.
Las noticias hablan de ella, pero no
la muestran.
El Estado se refiere a ella, pero no
la garantiza.
La sociedad la exige, pero nadie
responde.
Igualdad.
Una palabra que encierra mucho y a la
vez puede ser tan ambigua de acuerdo al contexto, aunque no por eso menos
significativa. Así las cosas, hablamos, básicamente de una necesidad concreta
para todos y, justamente, para todas.
Para la que quiere avanzar en su
lugar de trabajo y tiene que enfrentarse con un directorio machista.
Para la que trata de hacerse un lugar
y cambiar la realidad y se encuentra rodeada de gente con pensamientos
retrógrados.
Para la que es bastardeada por decir
lo que piensa.
Para la que no se anima siquiera a
pensar diferente.
Discutimos sobre la igualdad
constantemente pero ¿Es posible transformar el presente y futuro de una
comunidad en la que, desde el momento de nacer, el género signa el destino, los
triunfos, fracasos y el lugar a ocupar en el colectivo social?
Incluso, sin ir mucho más lejos, el
sistema punitivo se encarga, también, de acrecentar la falta de esa igualdad:
en el vínculo con los agentes del servicio penitenciario y la policía, en las
cuestiones sanitarias, en las visitas familiares, en las visitas íntimas.
En particular, el ámbito carcelario
es una clara muestra de los procesos de construcción de la desigualdad sexual,
aunque con distintas variantes. Tal es así que una de las características
generales globalmente “aceptada” es la múltiple vulneración de los derechos de
las mujeres que se produce en el sistema penal. En ese sentido, un caso
paradigmático es, definitivamente, la situación de las mujeres
inmigrantes ante el sistema penal y, en particular, la de las mujeres
inmigrantes en las prisiones.
En un punto, es el sistema penal el que construye relaciones de
subordinación y género y esto, como todo acto, se puede hacer discriminando o
igualando. Esto no quiere decir que las mujeres son los sujetos peor tratados,
pero sí que el sistema penal con su accionar refuerza una identidad del ser
social de la mujer que se suma a otras relegaciones, por fuera del contexto de
encierro.
Con esto en mente, resulta aún más
difícil pensar en una sociedad en la que la igualdad sea la constante y no la
excepción; no solo porque desde las bases hay un desfase en las concepciones
sino, también, porque dentro del supuesto ámbito de reinserción y existen (y
además se acrecientan) las diferencias.
De esta manera, replantearse la
organización de estos parámetros generales implicaría, evidentemente, un
esfuerzo general: no solo es la mujer (en ese caso) la que deberá pregonar por
una modificación en el pensamiento y, por tanto, comportamiento, sino que todos
los actores sociales deberían hacerlo porque, si hablamos de igualdad, hay que
empezar de cero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario