En puntas de pie cruzó
por el comedor para no despertar a la bebé. Creía que si lo hacía
y la veía irse iba a insistir, con los brazos estirados y llantos
negociadores, para acompañarla. Pero tenía que ir a ginecólogo
para ponerse un diu. Ni ella, ni su compañero, querían otro hijo.
Recién con 23 años y una insipiente estabilidad laboral creían que
lo mejor era esperar.
Una vecina que era
enfermera en la Maternidad del hospital le dijo que no hacía falta
que fuera a una clínica privada, porque su novio era jefe de
personal en la dependencia pública y allí podría ayudarla a
saltear las largas colas. Pienso que los Estados ausentes podrían
identificarse con largas colas de caras cansadas y resignadas
esperando por un derecho.
En el Hospital, según la
vecina enfermera, le saldría más barato la colocación del diu. De
$315 a $20 era una diferencia considerable. María de los Ángeles
creyó que era mejor ahorrar.
Susana no estaba segura,
dice que “presentía algo” y que no le gustaba la situación de
que vaya sola al hospital. Vaya a saber qué prejuicio caía sobre
las espaldas de esa madre. Pero así y todo la despertó a las 7 de
la mañana para que no llegara tarde. Mientras Marita, así la
llamaban con cariño, se ponía una remera turquesa que le había
prestado su mamá porque era más fresca para salir a la calle, la
pava y las tostadas se preparaban para el desayuno.
La caminata en puntas de
pie fue efectiva. La niña no se despertó, ni siquiera cuando le dio
un beso en la frente. Marita pudo salir sin tener que lidiar con
caprichos. El destino fue cruel al cumplir el deseo.
Se tomó un mate, saludó
a Susana y salió para el hospital. Se miraron a los ojos sin pensar
que ese cruce sería un recuerdo, de esos que atormentan durante las
noches en las que pensamos porqué no dijimos “esperá”.
Llegaba la hora en la que
el sol de despide y nadie sabía nada de Marita. Susana y su marido
se pusieron impacientes. Sabían que algo había pasado porque ella
siempre llamaba cuando oscurecía, o por lo menos así la recuerdan.
Fueron hasta la
Maternidad del hospital pero a las dos de la tarde allí ya no había
nadie. Se cruzaron con una persona y le preguntaron por el Jefe de
Personal, pero les dijeron que la persona que buscaban era un
empleado de limpieza. Fueron a la comisaría pero les dijeron que
para radicar una denuncia debían esperar 24 horas. Fueron a la casa
de la enfermera pero la respuesta fue la ausencia. La paciencia no
fue compañera.
El 3 de abril de 2002
fue el último beso en la frente que Micaela recibió de su mamá y
la última vez que Marita sintió ese frío electrizante de los pies
sobre el suelo de su casa. Fue el día que María de los Ángeles
parió a Susana en la inagotable lucha por recuperarla; por
recuperarlas.
¿Cuántas otras
caminaron en puntas de pie una mañana y sus pasos se borraron en el
camino? ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir alimentando la idea de
que nuestros cuerpos, el de las mujeres, son objetos que se compran y
venden? ¿Cuánto tiempo más vamos a mercantilizar el sexo?
¿Cuánto machismo más se esconderá entre las mesas de una
wiskería? ¿Quiénes van a seguir aceptando que les corrompan el
deseo y vayan a buscarlo con cincuenta pesos? ¿Cuántas putas más
serán detenidas en las esquinas por faltar a la moral y las buenas
costumbres mientras los proxenetas regentean los cuerpos sin
documentos? ¿Cuánta complicidad policial más? Cuanta complicidad
más.
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