Como
todos los días, abrió su cuenta de correo electrónico y vio que su
hija le había escrito, pidiéndole le enviase esa receta de cocina
que tan bien le sale. Sin pensarlo dos veces, le respondió indicado
cómo cocinar su plato favorito. Enorme fue su sorpresa cuando, a
partir de ese correo enviado a su hija, la publicidad de Gmail empezó
a ofrecerle constantemente Libros, materiales y cursos de Cocina.
¿Cómo se habían enterado?
El vencimiento de la cuenta de teléfono había pasado, y decidió
abonar, como tantas otras veces, desde su Banca Virtual, a la cual
había comenzado a acceder luego de varias idas y vueltas por temor a
la seguridad. Sus ojos se sobresaltaron y un sudor frío recorrió su
espalda al observar el saldo disponible: cero pesos. Alguien había
vaciado su caja de ahorro sin tocar un solo billete, sin romper
ninguna ventana, sin que se disparase alarma alguna. ¿Qué pasó?
¿Quién se robó mis ahorros? ¿Cómo pudo ocurrir?
Un día de abril de 2002, las plantas refinadoras de Petróleo en
Venezuela dejaron de funcionar. Los sistemas informáticos utilizados
para su control, fabricados por la empresa norteamericana Microsoft,
fueron reconfigurados desde algún lugar lejano a la tierra
bolivariana para dañar su capacidad operativa como parte del plan
para deslegitimar, golpear y derrocar a un Presidente que no era del
agrado de la Administración Estadounidense. Los daños económicos
fueron millonarios. Los perjuicios al pueblo y el Estado Venezolano
fueron incontables. Una guerra de nuevo tipo hizo su aparición en la
escena pública mundial.
Con cientos de miles de personas en las calles, los teléfonos
celulares y las redes sociales favorecieron la organización de las
protestas en Egipto. La respuesta por parte del Gobierno amenazado
fue inmediata y contundente: por primera vez desde que Internet se
hizo accesible a la Sociedad Civil, un país fue aislado, cortada su
conexión a Internet y desvinculado de la red de redes.
Todas las situaciones narradas, por su lesión a derechos
individuales a la intimidad y el acceso a la información al
conocimiento, por la afectación económica narrada y por la
afectación a derechos supraindividuales; evidencian las
problemáticas que para los ciudadanos de todo el mundo incorporó la
vida en la “Sociedad de la Información”.
Lejos
de los planteos que hablan de conceptos como “Teledemocracia”,
“la Gran Plaza Pública” para definir positivamente las nuevas
posibilidades que brinda la interconexión constante entre personas e
instituciones de todo el mundo, el desarrollo de Internet y las
telecomunicaciones, y las políticas que para su regulación
propugnan los centros mundiales de Poder, asistimos, según Rafael
Vidal Jiménez, a la constitución de mecanismos de poder omnisciente
superadores del panóptico benthamiano. Porque en el panóptico del
entorno teleinformático actúan, desde la dispersión, la
elasticidad, y la multiplicidad de centros, la legión infinita de
los “pequeños hermanos” desperdigados por el sinfín de nodos de
la jerarquía diferencial de la Red6, lo cual permite el control
multidireccional y multiperspectivo de todos los participantes, con
independencia del grado de importancia relativa del que cada uno
disfrute.
Ante
este marco, ¿qué limites tienen el Estado y las grandes empresas
transnacionales en el manejo del enorme caudal de información que
cotidianamente de forma voluntaria los ciudadanos ingresan, y de
forma involuntaria ellos “extraen” de los usuarios? ¿Cómo se
protege el derecho a la información, entendiendo por tal la
posibilidad de informar y ser informado, en el marco de esta Sociedad
de la Información? A nadie escapa que el saber es Poder, y que el
Poder es saber, y si los ciudadanos no tienen capacidad de controlar
lo que de ellos se sabe por los Gobiernos y empresas, muchas de ellas
de mayor poderío económico que muchos Estados, se minan las bases
de la convivencia democrática, se consolida una Sociedad ya no
disciplinar, sino de control permanente; lo cual resulta incompatible
con el Estado de Derecho
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