CRITICA PENAL


Bienvenid@s al primer programa de radio para pensar y discutir el sistema penal.

Producido por docentes universitarios, alumnos y periodistas, pretende ser un espacio abierto a la participación colectiva.

Todos los Jueves de 21 a 23hs, por FM 88.7 de la Azotea, Mar del Plata, Argentina
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jueves, 29 de septiembre de 2011

Editorial 14º Programa


¿Imaginan cómo sería morir en un incendio?
¿Cómo sería morirse quemado, morirse prendido fuego?
Cuerpo incinerado.
Llagas en la piel.
Respiración jadeante.
Imposibilidad de escape.
Ausencia de aire.
Desesperación por una abertura que no existe.
Grito desgarrado.
Conciencia del final.
Ser testigo de la muerte de uno mismo.
Ardor que enrojece el cuerpo, moldea ampollas, genera edemas, chamusca la piel, produce necrosis.
Humo que hace llorar los ojos para luego introducirse lentamente por los poros. Pequeñas partículas sólidas, plagadas de componentes tóxicos que atraviesan la garganta y destrozan el organismo taponando los alveolos pulmonares.
La autopsia dirá muerte por inhalación de monóxido de carbono.
Imaginen ahora cómo sería además morirse en un incendio, siendo adolescente, en el interior de un calabozo policial de la Provincia de Catamarca.
“Un policía le dio el encendedor a uno de los muchachos y le dijo: ‘Si sos macho, préndete fuego. Le tiró el encendedor y les cerró la puerta de la celda con candado. Prendieron fuego los colchones, pero el efectivo no abrió la puerta. Otro agente le dijo que no haga eso y llamó al comisario. Recién cuando el comisario llegó dio la orden de abrir”.  
La frase pertenece a Julio Molas, el padre de uno de los cuatro jóvenes
de entre 15 y 17 años que murieron calcinados en una celda de la Alcaidía Policial de Catamarca el pasado viernes 9 de septiembre.
 Casi todos los días sacaban a los chicos de los calabozos y los obligaban a golpearse entre sí. Todas las madrugadas los levantaban. Les mojaban los colchones. Les hacían requisas con golpes. Aquel día, los policías entraron, los pusieron contra la pared, los hicieron desnudar y les pegaron”. 
El relato es de la madre de Diego, otra de las víctimas fatales.
Imaginen ahora cómo sería morirse en un incendio, siendo adolescente, en el interior de un calabozo policial de Catamarca, debiendo haber estado en libertad porque el tiempo de detención estaba agotado.
El desaparecido criminólogo Elías Neuman decía en una nota publicada en noviembre de 2006: “Son muertes que en poco tiempo serán reemplazadas por otras y otras más. Y pondremos más literatura del horror y traeremos a la meditación de lectores y televidentes parámetros y doctrinas del derecho penal incumplidos y mencionaremos una vez más a las muertes y los muertos y hablaremos, al fin, de cómo se conculcan los derechos humanos”
Nos quejamos del policía que nos para en la ruta para hacernos una boleta por no tener la cédula verde renovada o el cinturón de seguridad colocado. Despotricamos desde nuestras vidas burguesas contra lo que entendemos son abusos del Estado. Indebidas intromisiones en nuestras vidas.
Pero ¿qué hacemos frente a esas vidas breves que el Estado manda a la papelera de reciclaje del sistema.?
Vidas de los que sobran.
Vidas de los que no encajan.
Vidas de los nadie.
Algunos nos indignamos, repudiamos esas muertes, firmamos solicitadas, exigimos enjuiciamientos .
Y volvemos a nuestra rutina con la conciencia tranquila.
El monstruo es el Estado.
Hasta la próxima muerte.
Muerte próxima qué llegará inexorablemente, rodeada de imágenes de previsible miseria y desolación.
En 1997, en el marco del proceso judicial por el asesinato de Walter Bulacio a manos del aparato represivo estatal, CORREPI presentó ante la CIDH una denuncia contra el estado argentino por la violación de los derechos de Walter a la vida, a la integridad física y a la libertad, y al derecho de su familia a un recurso judicial sencillo y rápido.
En 2003, la Corte IDH, además de declarar que el crimen policial es un crimen de estado, condenó al estado argentino como responsable del asesinato de Walter y le ordenó derogar todo mecanismo legislativo y policial que facilite las detenciones arbitrarias, es decir, el sistema contravencional y la averiguación de antecedentes.
La condena de la Corte IDH jamás fue cumplida.-
Ahora dejen lo que están haciendo.
Ahora cierren los ojos.
Ahora piensen un segundo.
Imaginen ahora, cómo sería además si el que muere en un incendio, siendo adolescente, en el interior de un calabozo policial de Catamarca, debiendo haber estado en libertad porque el tiempo de detención estaba agotado, es su hijo.

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